Por: José Toledo
La pasada semana se publicó en la revistaScience un artículo muy
interesante. El objetivo de dicho trabajo era plantear un punto de vista nuevo
y bastante sorprendente sobre el comportamiento de los animales. En concreto,
sobre la importancia que los microorganismos con los que convivimos tienen en
nuestro comportamiento.
Las ideas que se exponen en este artículo salieron de un
grupo de debate organizado por la Fundación Nacional para la Ciencia de
los Estados Unidos. En él participaron especialistas en distintos campos, todos
con una idea en común. Hasta el momento, la relación entre el comportamiento de
los animales y los microorganismos se estudiaba cuando había una infección. Se
observaba cómo cambiaba un animal que sufría una enfermedad. Pero se le
prestaba poca antención a los animales sanos y su microbiota.
A pesar de ello, ya se conocían casos en los que la
explicación más sencilla para un comportamiento tenía que ver con favorecer a
los microorganismos que vivían dentro de ellos. Un ejemplo claro es el de los juveniles
de moscardón (Bombus sp.). Nada más terminar su fase de larva y llegar a
la vida adulta, los moscardones muestran un comportamiento un poco desagradable: se
comen las heces de sus vecinos y familiares. Este tipo de alimentación se
da, generalmente, para aprovechar los alimentos que otras especies no asimilan
y expulsan por las heces. Entonces, ¿por qué hacerlo con miembros de tu
especie? A fin de cuentas, asimilarán los mismos recursos que tú.
La respuesta está en la flora intestinal o microbiota. Para
poder dotarse de una comunidad bien desarrollada de bacterias, que no provocan
problemas y ayudan en la digestión, lo más fácil es tomarlas de un igual. Y
como las heces están cargadas de microorganismos, la vía más directa es
aprovechar las que dejan tus parientes. Como extra, este comportamiento
ayuda a mantener limpio el nido.
La influencia de la microbiota no se queda ahí. Las
moscas de la fruta (Drophila melanogaster) escogen como pareja
reproductiva a aquellos individuos que tienen unas comunidades bacterianas
similares a las suyas. La manera que tienen de comprobarlo es mediante olores,
ya que una comunidad distinta dará lugar a una composición química, y por tanto
un olor distinto. La lógica que hay detrás de este hecho es claro: mi
microbiota funciona, y una distinta puede no hacerlo. Así que mejor mantenerla
lo más parecida posible.
También afecta a relaciones entre depredador y presa, como
en el caso del mosquito de la malaria (Anopheles gambiae). Un estudio
reciente ha demostrado que estos mosquitos pican mucho menos a aquellos
humanos que tengan una diversidad mayor de bacterias en la piel. Algunos
de estos microorganismos generan sustancias que son tóxicas para el mosquito, y
por ello los evita. Cuanto mayor es la diversidad, más probable es que haya
alguna bacteria, o muchas, que generen este tipo de toxinas.
Algunos ejemplos son aún más complejos. En ratones existe
una relación entre microorganismos y estados de depresión y ansiedad. Las
bacterias se comunican con el cerebro del animal, emitiendo un conjunto de
moléculas que lo disponen hacia estos estados. Aún no se conoce con detalle el
mecanismo, pero este hecho tiene implicaciones muy importantes en comunicación
neuronal y biomedicina.
Tal y como explican los autores, todavía queda mucho trabajo
por realizar. Faltan experimentos que permitan entender mejor todos estos
mecanismos, análisis moleculares que permitan ver diferencias entre las
bacterias de distintos individuos y su importancia en el comportamiento, y un
largo etcétera. Pero el campo de estudio resulta prometedor. (Fuente: Yahoo
Noticias)
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