Por: Napoleón Saltos Galarza
Quito.- En una reunión en que discutíamos las
estrategias para retomar el camino revolucionario de las trasformaciones del
sistema capitalista, abordamos el tema de la participación electoral. Recogimos
el principio de la aplicación de todas las formas de lucha.
Una militante nueva, una joven estudiante
intervino: podemos participar sólo si vamos a impulsar que se establezca, como
lo hizo la Comuna de París, que el sueldo de los funcionarios, del Presidente,
de los diputados (asambleístas) sea el salario de un obrero. Y añadió, no es
suficiente el ejemplo individual de José Mujica, Presidente de Uruguay, de
trayectoria tupamara, que vive con el sueldo de un obrero, junto a su esposa
que es parlamentaria y que también retiene el sueldo de obrera, y lo demás lo
reparten a una fundación de obra social, viven en la misma casa en que vivían
antes de ser electos. Se trata de buscar un sistema político que no reproduzca
el mercado en la política. Y se le iluminaban los ojos, seguramente imaginando
un mundo que no dependa de la mercancía, soñando que otro mundo es posible.
Soñando a pesar del cinismo de los tiempos de la revolución ciudadana, en donde
el éxito está en la casa en Bélgica, comprada con la ganancia de un juicio, o
en la casa en Miami, del primo de la clase media, en el paso de la casa del Sur
de Quito al Valle de Cumbayá, o del Guasmo a San Borondón, o de Guayaquil a
Miami. La vieja casa queda abandonada.
El escándalo de la semana en torno a las firmas
falsas/falsificadas, tenía su raíz en que la política y, en particular, las
elecciones se han convertido en un gran mercado.
Cuenta la leyenda que la maldición del Rey
Midas era que todo lo que tocaba se convertía en oro, todo era felicidad, pero
terminó muerto de hambre, porque también los alimentos que tocaba se convertían
en oro. Todo lo que toca el capital se convierte en mercancía, todo es
felicidad, todo se puede comprar, hasta los votos, pero al final lo que muere
es la propia política.
El problema no está sólo en la compra de
firmas o en el alquiler de firmas contratadas que recogen firmas. Ahora todo es
de alquiler. No hay partidos, no hay mística, no hay militantes, ahora se habla
de adherentes. La muerte de los valores a manos del único valor que vale, el
valor de cambio. En política todo se contrata: las firmas/empresas que hacen la
propaganda, que dirigen la campaña, en donde el candidato es el principal
actor/mercancía que hay que vender a los consumidores/votantes. El mayor fiasco
está en el mayor movimiento que puede utilizar la maquinaria gubernamental para
simular millón y medio de firmas fantasmas, sin alma, sin nombre.
Los fantasmas no están sólo en la firmas, como
en los viejos tiempos los fantasmas regresan a Carandolet. El fantasma mayor es
el síndrome de Lugo. En la contienda electoral está en juego la continuidad del
régimen, no tanto en la elección presidencial, sino sobre todo en la elección
parlamentaria. Para Alianza País, la garantía ya no está en el poder
constituyente de la primera fase, sino en el poder constituido, en el nuevo
orden hegemónico; ahora es el juego del sistema el que debe garantizar la
continuidad.
Desde el poder oficial es urgente exorcizar
dos fantasmas: el desgaste del régimen por los borbotones de corrupción oficial
que ya no pueden ser tapados por el juego mediático o por la
persecución a los denunciantes; y por la ausencia de una energía social
que lo nutra. Desgaste que se refleja en una baja riesgosa de la intención de
voto para las candidaturas oficiales; mientras la multiplicación de partidos y
movimientos legalizados, con la consiguiente multiplicación de candidatos,
sobre todo presidenciales, de las diversas tendencias, dispersan las votaciones
hasta el límite de obstruir el triunfo oficial en la primera vuelta.
Las diferentes maniobras del Consejo Nacional
Electoral han buscado la fórmula para este exorcismo. La política es el manejo
del tiempo. Cuando ya todo el proceso de calificación de los partidos y
movimientos llegaba a su fin, el Secretario General del Movimiento Alianza País
destapó el cálculo que habían realizado para jugar solos en la cancha; preguntó
de dónde sacaban los demás partidos y movimientos nuevas firmas, si Alianza
País ya había copado todo el padrón electoral, con lo 2 millones de firmas
presentadas. El Secretario General tenía acceso al padrón electoral.
Resultaba que aparecían 5 millones de firmas presentadas por los diversos
partidos y movimientos, un record Guiness. El juego era copar el escenario
electoral y dejar uno o dos partidos contendores, a la medida del juego
oficial.
Pero no solo Alianza País tiene sus maniobras.
Otros poderes y sus representantes también podían obtener el padrón electoral,
incluidas las firmas, y podían influir en el manejo del software electoral.
Todo estaba en regla, hasta el cálculo del Secretario General de Alianza País.
Inmediatamente el Presidente del CNE, adherente notable de Alianza País, se
acordó que hay firmas falsas. El nuevo Midas anunció el sábado que la
partidocracia corrupta ha delinquido y que era necesario una revisión de todas
las firmas. El lodo le saltó en la cara: el CNE informó que cerca de la mitad
de las firmas del Movimiento de Carandolet no eran válidas. En todo caso el
partido de gobierno tenía un colchón suficiente para amenazar la existencia de
los demás partidos.
Los sin sentidos se multiplicaban desde ambos
lados: el Hermano denunciaba la maniobra, pero dando a entender que tenía su
propia empresa contratada, el Presidente del SOFA agradecía a Alianza País por
haberle donado las firmas necesarias para la legalización, el figuretismo de
una dirigente indígena informaba que conocía de la oferta de firmas por alguna
empresa. Al final, todo el sistema electoral desnudado.
¿Cuál es el resultado? Partidos y Movimientos
angustiados, absorbidos en las redes de la recalificación de firmas,
paralizados. Mientras las maniobras políticas oficiales avanzan.
No hay todavía una voz disidente. La Izquierda
electoral busca una salida unitaria en torno a un candidato presidencial, pero
no se logra centrar la lucha en torno a la disputa por el programa. Todavía no
se logra abrir una visión anticapitalista creíble para el pueblo, el debate
sigue en el marco de las variantes de la modernización del capitalismo. Las
posiciones anticapitalistas todavía son doctrinarias, moralistas o encerradas
en los límites ecologistas. Allí hay una pista que hay que trabajar; una
condición básica es no separar la lucha electoral de la lucha social, de la
movilización y la desobediencia, en donde ha empezado la recuperación lenta de
los movimientos sociales.
Quizás sería interesante que Movimientos
alternativos, como Pachakutik, puedan pensarse al margen de este mercado. En
caso de que triunfen las maniobras oficiales del desconocimiento del
movimiento, podría ser interesante retomar la tesis de no presentar candidatos.
En la crisis anterior, desde los movimiento
sociales ampliamos el “que se vayan todos” de las movilizaciones, a la tesis de
no presentar candidatos a diputados, aunque luego fue absorbida y aprovechada
por Correa. Hoy la apuesta debería ser más alta: salir del ruedo mercantil y
plantear que, en lugar de seguir disciplinadamente en el juego, es hora de
pasar a un nuevo tiempo de lucha, no presentar candidatos a ninguna dignidad en
las próximas elecciones y jugar desde afuera de la cancha, desde el sentimiento
y la repugnancia de la población ante la degradación de la política y la
democracia, volver a limpiar el templo de los mercaderes viejos y nuevos.
Volver al sentido de la política como servicio, con un sueldo de obrero, lo que
dejaría sin efecto las tentaciones y los discretos encantos del poder para
provecho personal o de grupo.
Es una apuesta riesgosa, a condición de meter
toda la fuerza, la convicción, la mística, en la organización autónoma de los
trabajadores, el movimiento indígena, los campesinos, los intelectuales
comprometidos, los damnificados del sistema capitalista.
Y el segundo fantasma oficial viene del
rebasamiento de las fracciones de la burguesía a la intermediación
bonapartista-populista de Correa. Este es un problema más complejo y va más
allá de la coyuntura electoral. Es un fantasma que mostró su corporeidad en
Paraguay, con la caída de Lugo en un golpe parlamentario.
El bonapartismo basa el poder en la
representación de la burguesía en su conjunto, en la capacidad de colocarse por
encima de las diferentes fracciones, para recomponer el proceso general.
Alianza País ha logrado reconstituir un modelo hegemónico en torno a la
modernización dependiente. El poder se ha recompuesto arriba y en el medio; y
la representación intermediada empieza a ser un estorbo para el control directo
del Estado por los grupos dominantes.
La modernización conservadora emprendida por
Correa empieza a encontrar techo. El modelo extractivista y reprimarizador,
articulado a un capitalismo de Estado, estrecha el espacio de realización de
los grupos locales de poder y el gobierno intenta producir no sólo una
concentración de poder político, sino también de poder económico, sobre todo en
la intermediación con el capital trasnacional desde la intervención del Estado.
Las representaciones de la derecha, desde las fórmulas antiguas del PRIAN o del
PSP, hasta las nuevas de CREO o EQUIPO, buscan ocupar su propio sitio en la
cancha del poder.
Al mismo tiempo los sectores populares
orgánicos han iniciado un lento proceso de recomposición estratégica, lo que
provoca procesos autónomos de los movimientos sociales, que buscan expresarse
electoralmente en la Coordinadora de Unidad Plurinacional.
Por ello, se ha roto el consenso del que gozó
el Proyecto de Alianza País en la primera fase, sobre todo en torno a la
Asamblea Constituyente y la nueva Constitución. El 29+1S representa el punto de
quiebre de este predominio y el giro del régimen a la negociación con los
poderes tradicionales para mantener el control político. A partir de allí
empieza a reproducirse en viejo ciclo del empate catastrófico de fuerzas, que
se expresa sobre todo en los problemas para mantener una mayoría parlamentaria
oficial.
Una de las formas de recomposición de los
poderes tradicionales es la “provincialización” de la política, el retorno de
los caudillos locales – una “democracia de mandos” –. En su momento el
velasquismo o el socialcristianismo fueron una colcha de retazos de alianzas
con los caudillos locales. La disputa regresa a su punto de partida, pues no se
ha logrado modificaciones significativas en la estructura y la cultura
políticas. Los grupos y caudillos locales ensayan dos estrategias: acceder al
espacio de Alianza País, a través de figuras como el Movimiento Avanza, en
donde se han reorganizado los restos de la ID y en menor medida de la DP; o
disputar desde movimientos propios la representación parlamentaria. Ante el
síndrome Lugo la tentación de Alianza País será buscar acuerdos con los
caudillos locales, para asegurar el control del Parlamento.
El relato de la “casa tomada” empieza a
transmutarse en el cuento de la “casa abandonada”.
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